
Noche de Difuntos
31 de octubre

Durante siglos, los seres humanos supieron a ciencia cierta que el aullido de los perros en medio de la oscuridad de la noche era un aviso de que el Angel de la Muerte se encontraba cerca, quizás a la espera de un alma en pena para llevársela consigo.
Pero también fueron conscientes de que la muerte no es más que un tránsito al otro lado de la realidad, a ese recóndito rincón de donde surgen todos los tiempos y todos los espacios.
No en vano, para los antiguos griegos, Thanatos, el dios de la muerte, era considerado hermano de Hipnos, el sumo regente de los sueños humanos.
Tampoco es casualidad que en este pequeño rincón llamado Euskal Herria, la luna fuera denominada "ilargia", que en euskara significa "la luz de la oscuridad y de la muerte". Porque los muertos no se desvanecían entonces en la nada del olvido, sino que, deslizándose por el tobogán multicolor del arco iris, se refugiaban en las secretas moradas del lado oculto de la luna. Una creencia que aún perdura en lo más produndo del corazón humano.
"Augusto Señor de las Sombras,
Dios de Vida y Dador de Vida,
aunque tu conocimiente es el conocimiento de la Muerte,
te pido que abras de par en par
las puertas por las que todos habremos de pasar.
Deja que nuestros seres queridos, que se marcharon antes,
vuelvan esta noche a regocijarse con nosotros.
Y cuando llegue nuestra hora, como ha de llegar,
oh, tú, confortador, consolador, dador de paz y descanso,
haz que entremos en tus reinos alegres y sin miedo,
pues sabemos que, cuando descansemos
y nos refresquemos entre nuestros seres queridos,
renaceremos por tu gracia y por la gracia de la Gran Madre.
Que sea en el mismo lugar y en el mismo tiempo
de nuestros seres amados,
y que los encontremos, y reconozcamos, y recordemos.
Y amemos de nuevo.
Desciende, te lo ruego, sobre tu sierva y sacerdotisa."